Se acaba de estrenar una película cuyo protagonista es Al Gore, aquél que, como él mismo afirma, se quedó en futuro presidente de los EEUU. Al Gore fue vicepresidente con Bill Clinton, y firmó en Kioto el protocolo que lleva este nombre para la reducción de emisiones de los gases traza atmosféricos que causan el calentamiento del planeta. Lo firmó, pero luego el Congreso norteamericano no ratificó esa firma. Cuando Gore perdió, por unos pocos votos, las elecciones frente a George Bush, decidió dedicar su vida política a convencer al mundo del peligro que para la humanidad representa la emisión continua y acelerada de CO2 a la atmósfera. Gore había conocido en Harvard al oceanógrafo Roger Revelle, uno de los primeros científicos que alertó sobre las consecuencias de la subida de la concentración de este gas, y quedó convencido del hecho innegable.
La vida es posible en la Tierra porque su temperatura media se encuentra entre los 15ºC y los 25ºC, y esto es así porque en la atmósfera de la Tierra hay CO2 . De la misma manera que una manta de lana retiene el calor que emite el cuerpo en un día frío de invierno, el CO2 de la atmósfera retiene la radiación infrarroja que emite el suelo y mantiene éste a una temperatura elevada. Lejos de cualquier incertidumbre, es seguro que aumentar la concentración de CO2 produce un aumento simultáneo de temperatura. Es así en teoría, pero además es que así ha ocurrido cada vez que ha subido esa concentración en los últimos 400.000 años.
El ingente desarrollo económico de que disfruta hoy la humanidad se ha obtenido gastando la energía solar almacenada en forma de carbón y petróleo en el interior de la tierra a un ritmo 20 veces superior al ritmo de producción. Si gastamos en un año lo que hemos ahorrado en 20, no cabe duda de que disfrutamos ese año de una vida gloriosa. Pero después pasamos hambre. Al quemar el carbón y el petróleo estamos emitiendo CO2 en dosis masivas y calentando el aire en que vivimos y los mares que nos rodean. El calentamiento tiene consecuencias desastrosas para cada uno de nosotros. Las lluvias en España han disminuido ya un 15% respecto a lo que llovía en 1950. La desertización ha capturado ya un 15% del territorio español. La falta de lluvia y la evaporación intensificada nos están afectando ya a cada uno de nosotros. El agua es hoy el doble de cara que hace unos años.
El problema de hoy es importante, pero no es nada comparado con lo que se nos viene encima si seguimos emitiendo CO2 al ritmo que lo hacemos. En la naturaleza los procesos se realimentan y crecen más deprisa de lo que los seres humanos estamos acostumbrados. Si seguimos emitiendo al ritmo actual es claro que tendremos problemas cada uno de nosotros. La desertización progresiva de África hará imposible resistir su presión migratoria sobre España, una España en la que faltará el agua tanto para la agricultura como para el turismo como para los usos domésticos. El fracaso del turismo desencadenará una reacción en cadena, entre otras cosas porque el capital español son casas, bienes raíces, invendibles en una depresión económica. Y sin embargo tenemos sol, es decir, energía más que de sobra. Podemos invertir en energía solar, podemos convertirnos en país exportador de energía. Eso controlaría la subida de temperaturas y nos permitiría, a cada uno de nosotros, disponer de una riqueza real, vendible en cualquier circunstancia. Tenemos que avanzar hacia una economía solar. No tenemos otra escapatoria.
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