Pero veamos, la cumbre en cuestión que nos ocupa se celebró entre el 6 y el 17 de noviembre, en Nairobi, Kenia. La segunda Conferencia de las Partes que actúa como Reunión de las Partes del Protocolo de Kyoto (COP/MOP 2 por sus siglas), en conjunción con la duodécima sesión de la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP 12) fue, en gran medida, un gran fracaso, pero las advertencias que allí se vertieron no pueden ser soslayadas por los mexicanos y, muchos menos, por los gobiernos de zonas costeras como Cancún o Mérida.
Como señaló el Secretario General de la ONU, Kofi Annan, el cambio climático “no es un asunto de ciencia ficción” y “no es sólo un tema medio-ambiental, como muchos creen: destrozará cosechas, pondrá en peligro a las poblaciones costeras, destruirá ecosistemas, extenderá enfermedades como la malaria y la fiebre amarilla, y aumentará los conflictos por lograr recursos”. Y deprimirá las economías y arrasará con el desarrollo conquistado, por limitado y desigual que sea, como es el caso del sureste mexicano.
Annan recordó que dichas afirmaciones se basan “en estudios científicos”; “si los escépticos continúan negando el cambio climático -advirtió— se los debería juzgar por lo que son: fuera de contexto, fuera de su tiempo, y carentes de argumentos”. E ignorantes mal intencionados, añadimos.
La preocupación sobre el impacto del cambio climático ha crecido en el mundo, ante la evidencia científica del gravísimo impacto económico negativo que el calentamiento global tendrá en la economía global y en el desarrollo de las naciones, particularmente en las pobres. Dicho impacto económico ha comenzado a ser medido y es lo que ha despertado la preocupación, tardía, de sectores financieros e industriales y de gobiernos, como el de Tony Blair. Lo que hasta ahora no era más que una especie de romanticismo verde y de amarillismo ambientalista (según las transnacionales del petróleo y de la industria automotriz que tanto daño le han hecho no sólo a la ecología planetaria, sino a las ciudades y a la salud humana), se ha convertido en el problema número uno para numerosos sectores económicos, en particular el sector asegurador. Según Ivo de Boer, secretario de la Convención Cuadro de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (UNFCCC por sus siglas en inglés), el 30 por ciento de las infraestructuras costeras africanas podría quedar bajo las aguas marinas por el elevamiento de los océanos que se pronostica. De Boer nada dijo sobre la Península de Yucatán, pero es evidente que el litoral yucateco se encuentra en graves riesgos. Según De Boer, las regiones de mayor riesgo en Africa son algunas zonas de Senegal, Gambia, Egipto, Camerún y Nigeria. Entre las ciudades que corren más riesgos, en el continente más pobre del planeta, se encuentran Ciudad del Cabo (Sudáfrica), Maputo (Mozambique), Dar es Salaam (Tanzania). Los humedales del delta del Okavango, en Bostwana, o los pantanos del sur de Sudán también corren graves riesgos de desaparecer.
La conferencia de Nairobi se centró sobre Africa, el que, como señala la revista New Scientist, es el continente menos responsable del cambio climático pero también el más vulnerable.
En Nairobi, añade New Scientist, las naciones ricas del planeta (aquellas como es el caso de Estados Unidos) “parecieron ignorar los intereses de los pobres” y, como siempre, buscaron imponer los suyos. Los países europeos propusieron, por un lado, reducir las emisiones de gases fósiles en un 30 por ciento y llevarlos a los niveles de 1990 para el 2020 (esperando que no sea la enésima declaración de buenos, pero vanos propósitos). Sin embargo, pidieron a los países del Sur del planeta y, en particular, a los países en rápida expansión industrial como China, hacer lo mismo. Los europeos no toman en cuenta su deuda ambiental acumulada en la atmósfera a lo largo de siglos de irresponsabilidad y de Revolución industrial. Según Don Brown, abogado ambientalista y ex funcionario del Programa de la ONU para el Ambiente, esto “es inaceptable desde el punto de vista ético”.
“Junto a exponentes de una decena de institutos estadounidenses, británicos y brasileños, Brown ha publicado un reporte sobre el aspecto ético del cambio climático, en el que afirma que quien es dañado por los efectos del calentamiento global tiene derecho a ser resarcido, que en la lucha contra el cambio climático los derechos humanos deber ser antepuestos a la economía y que la incertidumbre científica, sobre la magnitud del fenómeno, no puede justificar posponer la aplicación de acciones”.
Como afirmó Kofi Annan, las pruebas científicas “sugieren que nos estamos acercando a un punto de no retorno” y que el impacto del cambio climático “caerá de forma desproporcionada sobre los más pobres, especialmente en Africa.
El ministro del ambiente de Kenia, Kivutha Kibwana, explicó a los delegados que sin un acercamiento justo, los países pobres no tendrán fondos para enfrentar eventuales crisis sanitarias.
Como añade New Scientist, en un artículo de Fred Pierce, “el calentamiento global debería ser considerado un problema humanitario: mata a miles de personas cada año y condenará al hambre o a la fuga a millones. Los países ricos, responsables del fenómeno, no corren peligros inminentes (sino más a largo plazo, nota de E.Ll.) y siguen promoviendo estrategias egoístas y éticamente indefendibles”.
Annan mencionó la necesidad de hacer un uso más eficiente de los combustibles y de generar energías renovables, ya que los países industrializados no pueden seguir aumentando sus emisiones de forma descontrolada y luego, pretender que los subsidien y paguen su irresponsabilidad los países pobres. Pero también es claro que los países del Sur no pueden tomar, como modelo, el estilo de vida despilfarrador y contaminante del Norte.
Sin embargo, el compromiso de las empresas transnacionales del sector energético es inexistente. Por ejemplo, Hill McKibben, en la revista estadounidense Mother Jones, comentó, recientemente, que la empresa británica del sector petrolero, British Petroleum (BP por sus siglas), no ha cumplido con sus promesas de desarrollar energías alternativas al petróleo de forma masiva. Por el contrario, a pesar de las declaraciones realizadas en 1997, de “ir más allá del petróleo”, en 2004 las ganancias de BP derivadas del oro negro alcanzaron la estratosférica suma de 285 mil millones de dólares, mientras las del sector solar sólo llegaron a los 400 millones de dólares.
¿El equipo de transición de Felipe Calderón invitará a hacer más gordos negocios a empresas como la BP?. ¿O a otras empresas semejantes sin compromiso ecológico y a las que les importa un bledo el daño que el cambio climático comporta y comportará para las poblaciones del Sur del planeta? Que respondan los planeadores del ridículo México 2030.
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