"Limitar la acción del arquitecto a la producción de edificios sin medir su reutilización es un error", agrega Ruby, quien recuerda un principio universal: La energía no se pierde sino se transforma.
Y esto, hoy más que nunca, es aplicable a la arquitectura. Según Ruby, la diferencia radica en que lo sostenible va más allá de lo temporal y lo espacial, precisamente porque parte de ese principio.
El experto asegura que es vital ver la duración de la edificación hasta que desaparece porque actualmente hay más cobre en las construcciones que en las minas.
Así, en unos años la explotación de materiales se tendrá que dar en las ciudades
"Basta ver el caso de Japón, donde un edificio se levantado y se demuele en cinco años porque el valor de la tierra hace esta sea la solución más barata. Sin embargo, el mundo no se puede manejar con este tipo de desperdicios".
Partiendo del concepto de que las construcciones actuales no están diseñadas para durar más de 40 años, es evidente -también- que las necesidades de la población cada vez son más diferentes. De hecho, la tecnología y las costumbres cambian y esto se debe reflejar en las obras.
"En Europa hay menos población y, por ejemplo, menos gente asiste a las iglesias. Por lo tanto es necesario reprogramar el uso del edificio para un restaurante o un centro de conferencias para que no quede abandonado", explica Ruby.
Por eso, la concepción de los espacios debe ser tal que, con el paso del tiempo, se puedan transformar rápidamente para oficinas, escuelas y otros usos ya que -incluso- la enseñanza es diferente a la de antes.
En Roma, los baños termales se convirtieron en monasterios. Hay diferentes posibilidades arquitectónicas cuando las técnicas y las finanzas escasean y esto tiene mucho qué ver en cómo cambiamos nuestro ambiente.
"Una estructura en ruinas es el inicio de una nueva. De ahí que el futuro sostenible de las ciudades esté en reutilizar las estructuras y no en empezar de ceros", concluye Ruby.
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