¿Se han desorbitado sus ojos en últimas fechas al abrir su recibo por el suministro de electricidad? ¿Vive usted, como yo, en uno de esos estados de Estados Unidos en los que la electricidad ya pasó por la desregulación y el Estado ya no supervisa el precio de generación, así que sus tarifas de servicios públicos se han disparado desde el 2002?
De ser así, usted necesita escuchar una propuesta de Jim Rogers, el presidente y director ejecutivo de Duke Energy, que en fecha reciente fue presentada ante la Comisión de Empresas de Servicio Público de Carolina del Norte.
Se la conoce como “ahorre-un-vatio”, y consiste en darle un giro de 180 grados a la industria de la electricidad y las empresas de servicios públicos recompensando a las empresas por los kilovatios que le ahorran a sus clientes al mejorar su eficiencia energética, en vez de recompensarlas por los kilovatios que les venden a los clientes mediante la construcción de más plantas de generación de energía.
La propuesta de Rogers se fundamenta en tres principios simples. El primero es que la forma más barata de generar energía limpia y exenta de emisiones consiste en mejorar la eficiencia de la energía. Esto es, según sus propias palabras, “la planta de energía que mayor sentido tiene en cuanto al ambiente, la más barata y confiable, es la que no tenemos que construir porque hemos ayudado a nuestros clientes a que ahorren energía”.
En segundo, necesitamos hacer de la eficiencia energética algo que esté tan “presente en el fondo de la mente” como el uso de energía. Si la eficiencia en el uso de energía depende de que la gente recuerde hacer 20 cosas, eso no va a ocurrir en grandes números.
En tercer lugar, las únicas instituciones que tienen la infraestructura, el capital y la cantidad de clientes suficiente para permitirle a muchísima gente a que se vuelva eficiente en el uso de energía, son las empresas de servicio público, así que son las que necesitan recibir incentivos para efectuar grandes inversiones en eficiencia, a la cual pueda tener acceso cada cliente.
El único problema es que, históricamente, dichas empresas ganaron su dinero efectuando inversiones de gran magnitud en nuevas plantas de energía, ya sea de carbón, gas o nucleares. Cada vez que una empresa de servicio público podía demostrar que existía demanda para una nueva planta, lograba pasarle el costo al Estado y a sus clientes. El concepto de ahorre-un-vatio que Rogers propone apunta a cambiar todo eso.
“La forma en que debería funcionar es que la empresa de servicios invierta el dinero y corra el riesgo de volver a sus clientes tan eficientes como sea posible”, explicó. Eso incluiría la instalación de servicios en los hogares que permitan a la empresa que presta el servicio ajustar sus aparatos de aire acondicionado o refrigeradoras en los periodos cuando más se usan los electrodomésticos. Además, incluiría planes para incentivar a los contratistas para que construyan hogares más eficientes, con calentadores y aparatos electrodomésticos más eficientes. Es más podría incluir alianzas con fábricas para que compren equipos más eficientes en el uso de energía o con una familia para pertrechar su casa para el invierno.
“La eficiencia energética es el quinto combustible, después del carbón, gas, energías renovables y nuclear”, dijo Rogers. “Hoy día, es la alternativa de costo más bajo y carece de emisiones. Debería ser nuestra principal opción para cubrir nuestra creciente demanda de electricidad, así como para resolver el desafío climático”.
Debido a que la eficiencia energética es, en efecto, un recurso, “se la debería manejar como un costo de producción en la esfera normativa”. La empresa de servicios obtendría sus ingresos con base en los vatios reales que ahorre a través de innovaciones de eficiencia.
Al final del año, un organismo independiente determinaría cuántos vatios de energía ha ahorrado la empresa a lo largo de un periodo predeterminado, para luego ser compensada.
“Con el paso del tiempo –prosigue Rogers– aumentará el precio de la electricidad por unidad, debido a que habrá un costo incremental en la adición de equipo para alcanzar la eficiencia; aunque ese costo sería inferior al costo incremental de sumar una nueva planta de generación de energía. Sin embargo, sus recibos deberían bajar en general, ya que su hogar sería más eficiente y usted consumiría menos electricidad”.
Una vez que esté funcionando un sistema de este tipo, agregó Rogers, “nuestros ingenieros despertarán cada día pensando en cómo exprimirle más ganancias en productividad a las nuevas tecnologías para la eficiencia energética, en vez de solo construir una red más grande de transmisión o distribución para cubrir la creciente demanda”. (¿Por qué no pensamos en incentivar a los fabricantes de automóviles estadounidenses de la misma forma, dándoles reducciones fiscales por ahorre-un-kilómetro?).
Es así como se produce una infraestructura a escala del uso más eficiente de la energía. “El acceso universal a la electricidad era una idea del siglo XX; actualmente, tiene que ser el acceso universal a la eficiencia energética, lo cual podría convertirnos en el país más productivo del mundo en cuanto a energía se refiere”, agregó.
Lograr todo lo anterior será muy complicado. No obstante, si Rogers y Carolina del Norte pueden hacerlo, sería la madre de todos los paradigmas de cambios radicales en la energía.
Via: El Universo
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