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by Hana Fischer
La evidencia histórica demuestra de manera contundente que hay una relación inversa entre el grado de intervencionismo estatal en materia económica y la prosperidad relativa de los individuos que componen la comunidad. Por más vueltas que se le quiera dar a la madeja, la realidad es una sola: sólo los mercados libres son capaces de orientar eficazmente a las personas para lograr el uso más eficiente de recursos escasos.
Cuando los mandatarios pretenden "dirigir" los esfuerzos productivos de una nación, los resultados son muy parecidos a soltar un elefante en un bazar. Y los platos rotos los siguen pagando los contribuyentes durante generaciones. Para colmo, esos mandatarios se erigen en salvadores de la patria y protectores de los pobres. Pretenden que lo que cuenta son las intenciones y que nadie debe preocuparse por insignificancias como las nefastas consecuencias de las intromisiones gubernamentales.
Economía y política deben estar tajantemente separadas porque los objetivos buscados por una y otra son, más que diferentes, antagónicos. Parafraseando al evangelio, diríamos que hay que dar al César sólo lo que es del César.
Actualmente, la cruzada emprendida por elites políticas de Brasil y Estados Unidos se centra en inducir a los pueblos de Norteamérica y América Central a sustituir el petróleo por etanol. Consideraciones geopolíticas son las que llevan al presidente George Bush a propiciar esa medida.
Nos preocupa cuando vemos que, en seguida, unos cuantos quieren subir a ese carro. Lo que los guía son consideraciones de interés electoral, que nada tiene que ver con la racionalidad económica. Entre los que se entusiasman con la idea, aunque por su insignificancia en el concierto mundial pasen desapercibidos, están los gobernantes uruguayos. Y creemos saber la causa de su agitación.
A principios del siglo XX, un caudillo urbano muy carismático decidió emprender la ardua tarea de "nacionalizar" nuestros destinos. Entre otras cosas, decidió promover con ayuda oficial la plantación de la remolacha azucarera y su industrialización, para que al pueblo no le faltara el azúcar. Con el fin de evitar la "dependencia", prohibió la importación de azúcar. Pero el emprendimiento resultó inviable. Luego, se insistió con la caña de azúcar, pero las condiciones naturales del país no son adecuadas. Desde entonces, ese cultivo ha sobrevivido exclusivamente gracias a la protección gubernamental, a pesar de múltiples denuncias de corrupción.
Cuando creíamos que cien años habían sido suficiente experimentación y que finalmente tendríamos azúcar barato, nos dimos cuenta que el populismo hace que se persista en las cosas más absurdas. Total, los dislates se hacen con dinero ajeno.
Al poco tiempo de asumir el actual Gobierno, anunció su apoyo a la siembra de 1.500 hectáreas de caña de azúcar, con financiación estatal. El Ejecutivo está destinando millones de dólares a la reactivación de la caña y se comprometió a prohijar esa producción.
A dos años de insistir con un cultivo que sólo se da en regiones tropicales, la realidad parece imponerse. Por eso, la idea del etanol los debe tener ecológicamente entusiasmados, dándoles la coartada perfecta para seguir malgastando los dineros públicos.
Como podemos observar, aunque no sean tan notorias, las pirámides se siguen construyendo hoy.
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