«Hasta el principio de la próxima década no dispondremos de la tecnología adecuada», contestó a este diario el presidente de Energías de Portugal (EDP), Antonio Mexia. La propietaria de la asturiana Hidrocantábrico y, por tanto, de dos de las cuatro grandes térmicas carboneras de la región hizo esta última semana una defensa del papel de este mineral en la dieta energética de los europeos. «Hemos hecho una apuesta un poco suicida por el gas natural», llegó a declarar sobre las políticas que han seguido buena parte de los países comunitarios, de manera singular España, con un sistema eléctrico donde cada vez pesa más el gas -combustible de los ciclos combinados-, más limpio que el carbón, pero que aumenta la ya enorme dependencia del país de fuentes energéticas traídas de fuera.
EDP es una de las compañías que ya tiene en cartera proyectos de nuevas centrales de carbón dotadas para capturar el CO2 que genera la combustión. Comparte uno con la española Endesa en Sines (Portugal) y mantiene por ahora vivo el proyecto de una central de tecnología «supercrítica» (baja en emisiones) en Aboño (Gijón).
Europa ha reabierto este mismo año un proceso de reflexión sobre el modelo energético. La UE, firmante de Kioto, usa el mismo lenguaje que Nicholas Stern. «La hulla y el lignito representan actualmente cerca de una tercera parte de la producción de electricidad de la UE: debido al cambio climático, esta producción sólo es sostenible si va acompañada de tecnologías comercializadas de captación de carbono y carbón limpio en toda la UE», se expone en el «libro verde» de la Comisión de las Comunidades Europeas, que, elaborado este mismo año, busca perfilar una estrategia europea «para una energía sostenible, competitiva y segura».
Otro intento comunitario de llamar la atención sobre el panorama que ya se describía en otro «libro verde» en 2000 con una referencia a la obra literaria del irlandés Jonathan Swift: Europa era entonces, en lo energético, como Gulliver encadenado por los liliputienses, un gigante económico que para moverse depende como pocas regiones del mundo de combustibles que vienen de fuera, con mucha frecuencia de países menos desarrollados y estables. Y el Gulliver europeo sigue con cadenas: en 2005, ha certificado Eurostat, la tasa de dependencia energética del exterior (proporción de energía primaria importada) subió dos puntos, hasta el 56,2 por ciento. Puede llegar al 70 por ciento en 20 o 30 años, augura Bruselas.
La agenda nuclear. Esa tasa supera el 80 por ciento en España, donde, como en otras partes del mundo, las alarmas medioambientales y por la seguridad del suministro energético están atizando el debate sobre la energía nuclear. Con el problema de los residuos por resolver, el «átomo sucio» -tecnología de fisión- no emite dióxido de carbono, pero, anotan los especialistas, tiene graves dificultades de aceptación social, que se multiplicaron veinte años atrás por el desastre de Chernobil. Bruselas se está planteando «un debate bien informado, objetivo y transparente», según documentos comunitarios. «Lo nuclear está en todas las agendas de los investigadores», explicaron fuentes académicas. Y en las de los gobiernos.
source: lne
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