by M. Ramírez y J. T. Delgado
Para impulsar el ahorro energético, Bruselas forzará la sustitución de las lámparas tradicionales por las de bajo consumo. Sólo en España, la medida permitirá recortar más de un 4% la demanda de electricidad. Y gracias a ella, dos multinacionales harán su agosto.
El 10 de noviembre, el Justus Lipsus, sede del Consejo de la UE, resplandecía en la oscuridad bruselense. Los ventanales brillaban en toda su manzana, aunque ninguna sombra se movía dentro de los despachos. Un viernes, a la 1.57 de la madrugada, no queda ni el funcionario más devoto de Europa, pero el edificio seguía esa noche, igual que todas, completamente iluminado, como muestra una imagen de la Federación de Compañías de Lámparas, que la publicó en su campaña por el apagado de los edificios oficiales con el pie de foto «¿Ha llegado antes la Navidad al Consejo Europeo?»
Para empeorar el historial verde de las instituciones de la UE, la mayoría de esas bombillas eran incandescentes, las tradicionales que más electricidad consumen. Pero sólo unos meses después, en la cumbre de líderes de la semana pasada, las fuentes de iluminación del Justus, al menos, se habían cambiado a las de ahorro para dar ejemplo en la lucha contra las emisiones de efecto invernadero. Sentada delante de la mesa en la sala de las ruedas de prensa, Angela Merkel miraba y señalaba hacia los focos del techo, mientras bromeaba sobre lo poco que brillan los fluorescentes de su piso en Berlín. «Cuando se me cae algo en la alfombra, tengo dificultades», reconocía. La canciller alemana y presidenta este semestre de la UE fue quien más se empeñó en que en la declaración de jefes de Estado y de Gobierno se incluyera, tal vez por primera vez en la historia de un Consejo Europeo, la bombilla.
La que ha tenido ese honor es la incandescente, aunque sea por el compromiso europeo para acabar con ella. Esta bombilla gasta el doble de electricidad para dar la misma luz que las de nueva generación, pero lleva vendiéndose más de un siglo e ilumina el 80% de las casas y oficinas de la UE. En la bombilla tradicional, la corriente eléctrica pasa por un pequeño filamento hasta calentarlo (el 95% de la electricidad se emplea en este proceso) para que emita fotones. Cuesta entre cinco y diez veces menos que las bombillas de ahorro -sean halógenas, fluorescentes compactas (CFL) o blancas de tecnología LED (Light Emitting Diodes)- y consume el 15% de la energía europea. La bombilla buena, que necesita menos electricidad gracias a un tubo lleno de gas en su interior, sigue siendo poco deseada, pero se acabará imponiendo con el apoyo de los gobiernos.
Australia se ha convertido en el primer país en prohibir las bombillas incandescentes (se eliminarán en tres años). Venezuela, Cuba, Rusia y algunos estados de EEUU tratan de hacerlas desaparecer. Y ahora, los líderes de la UE se comprometen a dictar legislación para extinguirlas. Reino Unido se ha adelantado a sus colegas y anunció el martes que introducirá leyes propias para jubilar las incandescentes.
La Comisión propondrá una ley para las calles y las oficinas de los Veintisiete en 2008 y para las casas en 2009. La transición, según los expertos comunitarios, no puede ser tan rápida como la australiana, por la extensión del territorio (luchar contra 3.600 millones de bombillas en 27 países es más complejo que hacerlo en una isla) y por la producción europea propia. En Australia, todas las bombillas son importadas, mientras que en Europa casi todo el consumo es doméstico.
Las dos grandes empresas de bombillas, la holandesa Philips, la mayor del mundo, y la alemana Siemens (Osram), se frotan ya las manos por el nuevo negocio y, de hecho, presionan a los gobiernos para que aceleren el abandono de la vieja incandescente.
«No tiene sentido seguir utilizando la tecnología centenaria, pero necesitamos la colaboración de los gobiernos para hacer la transición más rápida. El consumidor tiene que ser consciente de lo que está pasando», explica la portavoz de la central de Philips, Jeannet Harpe. «La actualización va demasiado despacio», dice, entusiasmada de que la UE vaya a destronar su producto más popular (cada año, se venden en Europa 2.100 millones de bombillas tradicionales).
Osram cree que si el mensaje llega a la población será más fácil el cambio. El problema es que, hasta ahora, ni los hogares ni las empresas en la UE han reaccionado a la advertencia de la poca eficacia de las bombillas incandescentes. Casi todos los esfuerzos para concienciar al consumidor han sido en balde. «Es muy díficil mentalizar al consumidor. Es más fácil disciplinarle», reconoce un alto directivo del sector eléctrico español. ¿La fórmula? «Penalizando el derroche», concluye.
Según los datos de la patronal eléctrica Unesa, el consumo de luz en España ha aumentado un 60% desde 1997. El dato obedece al tirón de la demanda de las empresas -impulsada por la bonanza económica-, pero también al cambio de hábitos de la familia española. Un botón de muestra: la última encuesta anual del Instituto Nacional de Estadística (INE) arroja un incremento del 80% en la instalación de cocinas eléctricas desde 1999. La cifra ronda el 65% en el caso de los ordenadores y el 46% en el del lavavajillas.
Algo parecido ha ocurrido con la iluminación. En cada hogar de nuestro país luce una media de 25 bombillas, que absorben casi el 20% de la demanda doméstica de electricidad y tienen un coste aproximado de 83 euros al año. El Instituto para la Diversificación y el Ahorro de Energía (IDAE) cifra en 350 millones el número de lámparas en las viviendas españolas. En conjunto, consumen 12.000 gigavatios al año, lo que equivale, nada menos, que al 5% del consumo eléctrico nacional.
«Si se sustituyeran las lámparas incandescentes por otras de bajo consumo, podríamos ahorrar casi 10.000 gigavatios. O lo que es igual, reducir en un 4% la demanda eléctrica nacional», explican fuentes del IDAE. Y no sólo eso: el descenso propiciaría un recorte del 2% de las emisiones contaminantes. En la actualidad, se desperdician en la UE 1.000 millones de euros en costes de energía cada año, lo que equivale a ocho millones de toneladas de CO2. «Es decir, el consumo de 300 millones de árboles o las emisiones de seis grandes centrales», añade Markus Rademacher, de Osram en Munich.
A la iluminación doméstica hay que añadir las lámparas de la industria y el sector terciario (hospitales, colegios, restaurantes, centros comerciales), y el alumbrado público. De nuevo según el IDAE, el comercio y los servicios acaparan el 59% de las bombillas, frente al 26% de la iluminación residencial, el 9% de las farolas y el 6% de las factorías industriales. Sólo en los edificios del sector terciario existen unas 34 millones de lámparas incandescentes, de las cuales un 20% pueden ser sustituidas por lámparas de bajo consumo. Con ello se ahorraría otro 1% del consumo eléctrico nacional.
Las eléctricas españolas son las primeras interesadas en renovar el parque de bombillas. No en vano, empezaron a introducirlas en los 70 mediante campañas -a la vista de los resultados- no demasiado exitosas. El derroche perjudica a las empresas, ya que resta eficiencia a las centrales. Todo lo que contribuya a reducir las puntas de demanda es beneficioso para el sistema. Y la aportación, en este sentido, de la iluminación de bajo consumo es enorme.
Para satisfacer esas puntas, las eléctricas necesitan tener siempre disponible un amplio excedente de producción. Esto explica que numerosas centrales españolas (normalmente, las que usan combustibles más caros) se pasen gran parte del año paradas, a la espera de los tirones del consumo en verano e invierno. Y ello tiene un elevado coste para el sector, y a la larga, para los usuarios. «Todas las acciones encaminadas a moderar el consumo son buenas para las empresas y para la economía, y por tanto, para el consumidor», recuerdan fuentes de Unesa.
Más allá de la fuerza de la costumbre, la bombilla verde aún sufre cierto rechazo por su intensidad (durante un par de minutos brilla menos que las tradicionales) y, sobre todo, por el precio. Una bombilla de última generación puede durar entre tres y cinco años, y costar entre seis y diez euros; aunque las compañías subrayan el ahorro en electricidad, la diferencia inmediata sigue desanimando a la compra.
La bajada de precio no llegará hasta que no compitan libremente en el mercado las bombillas de China, que se está especializando en las de LED, un semiconductor que produce luz con poca corriente. Desde 2002, la Comisión les ha impuesto un arancel del 66% durante cinco años por prácticas anticompetitivas. El castigo expira el próximo octubre, pero algunas empresas -por ejemplo, Osram-, presionan para que esa barrera se extienda, según fuentes comunitarias.
En cualquier caso, la fiebre de la bombilla verde será el gran negocio para las empresas de iluminación, en particular por la sustitución acelerada del alumbrado urbano, la primera materia sobre la que pretende legislar la UE. Cerca de un tercio de las más de 56 millones de farolas europeas utilizan tecnología de los 60, de vapor de mercurio, y la mayoría podrían mejorar en eficiencia. Según el primer estudio de la Comisión sobre iluminación urbana, el cambio a la última generación de farolas disponible costará, de aquí a 2020, más de 3.800 millones de euros anuales. El análisis de la Comisión recomienda acelerar el cambio, ya que, si se mantienen las existentes hasta que mueran, se tardará 30 años en completar la sustitución.
No obstante, la transición necesitará años, como señalan los expertos comunitarios, que insisten también en que la bombilla no es la panacea. «Me dio un poco de vergüenza verla en las conclusiones del Consejo», comenta un funcionario. La Comisión ya había propuesto el abandono paulatino de la incandescente, dentro de su paquete de eficiencia energética, que incluye impulsar legislación para una veintena de aparatos, desde las televisiones por su sistema de stand-by, hasta los cargadores o los lavavajillas para que descansen y gasten menos luz. Si se completara la transición de las bombillas y se mejorara la eficiencia energética de las viviendas europeas, según la Comisión, se ahorrarían al menos 45.000 kilowatios la hora o el equivalente a la iluminación de 10.000 casas cada año.
«Lo bello de la bombilla es que todo el mundo puede cambiarla en su casa», explicaba a este diario Gerd Leipold, director ejecutivo de Greenpeace. El alemán, que advierte desde hace dos décadas contra el cambio climático, cree que las empresas, más que volverse ecológicas, han descubierto un gran filón comercial, «donde hay mucho por ganar».
Y las bombillas de ahorro no son una excepción. El miércoles, una coalición de fabricantes multinacionales se comprometió a presionar en todo el mundo para que las incandescentes desaparezcan por completo en los próximos 10 años. Entre el frenesí por ahorrar energía y las ganas de hacer negocio con las nuevas bombillas, la habitual, la redondeada y transparente de delicado filamento será, dentro de poco, parte de la Historia. La bombilla tradicional apenas ha cambiado desde que, en octubre de 1879, Thomas Edison consiguió que una luciera durante 48 horas. Tal vez el polifacético inventor estaría algo decepcionado si viera que su descubrimiento ha evolucionado tan poco. «Mi único propósito en la vida -decía él- es conseguir suficiente dinero para crear más inventos».
El Mundo
EL NEGOCIO DE LAS BOMBILLAS